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Esa noche. Tremenda noche. Llena de ausencia. Ausencia sobre sí mismo. Llena de pensamientos cruzados, torcidos, dañinos. Esa noche, abrió su ventena con la poca energía que le quedaba después de malgastarla llorando. Miró a las estrellas, y gritó:
- ¡Ayudenme!
- ¡Ayudenme, a estar de acuerdo conmigo mismo!
Se quedó inmutable, esperando algo que nunca llegó. Ante el silencio de la noche volvió a pedir:
- Ayudenme, a conocerme, a quererme, a saber que pienso en realidad, a no juzgarme, a no suponer. Ayudenme a ayudarme.
Se quedo esperando una señal que le demuestre que algo había cambiado. Que las estrellas lo iban a ayudar. Pero todo siguió igual. Las estrellas siguieron parpadeando como antes que lance su pedido desesperado.
No sabía que quería. No sabía como lo quería. No quería pensar. Lo único que veía era las estrellas, haciendo lo de siempre y dejánsose ver.
Se vio a si mismo en su situación. Se vió mirando las estrellas. Se vió con los codos apoyados en la ventana de su casa. Se vió respirando. Se vió. Sintió como respiraba. Se sintió.
Al otro día, se levanto con sintomas de mejora. Y, contento por estar vivo, se dio cuenta, que la noche anterior se había dado cuenta que lo estaba.
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