
Desde pequeño, uno de mis vicios es dormir con ventilador. Siempre me ayudó su ruido para conciliar el sueño. No me importa cuan fuerte tira el viento, si hace calor o frío, solo me interesa su ruído. Dicen que los vicios nunca son buenos, por ende esto me provocó grandes peleas con mi madre, durante los meses de invierno, cuando el frío azotaba y pasaba muchos días con dolor de garganta.
El último que coseguí, lo rescaté del sotano y sin dudas es el más viejo y ruidoso que tuve. Sus engranajes no están del todo engranados. No sólo hace ruido, sino que tiembla. Cuando está prendido en su tercer nivel de potencia, aturde con el ruido, y vibra tanto pero tanto que se mueve. Pasea por toda la habitación. Tira aire para donde quiere. A veces me despierto y lo veo acurrucado contra la pared tirándole su aliento al placard.
Muchas veces no puedo dormir y prendo la luz sólo para mirarlo. Lo miro moverse. Casi nunca se queda quieto. Al observarlo en su danza sin sentido, me di cuenta de la contradiccion eterna en la que él vive, ya que lo que le impide escaparse de mi habitacion; lo que le impide seguir su camino al más allá; lo que le impide la libertad absoluta, es lo mismo que le da la vida.