
Y ahi me encontraba... nadando por las frías aguas. Mirando con unos ojos falsos que me permitian observar la belleza de las profundidades del mar... pudiendo respirar con la cabeza sumergida... sintiendome un pez por primera vez en mi vida.
Me miré las manos llenas de agua, mi cuerpo, y jadeando a través de un tubo por el cansancio por nadar y nadar, sentí la inmensidad del oceano, descubrí la fuerza de los peces, de los mamíferos y distintos seres que lo habitan... me sentí uno de ellos... quería sentirlo.
Mi cuerpo no estaba habituado. El cansancio se hacia presente pero valía la pena el esfuerzo... el esfuerzo por sentirme uno de ellos y por sentirme parte del misterio del océano, de su calma, su ira, su empuje su alegría y tristeza.
En un momento de distracción un pulpo se posó sobre mis brazos... envolviendomelos con sus tentáculos... como dándome la bienvenida a su mundo, aunque lamentablemente sería sólo por un rato. Se despidió nadando a toda velocidad y tras echar de su tinta, se fue, como dejándome su carta de presentación.
La llamada del capitán del barco hizo que mi sub mundo se deshaga así como así. De nuevo a la rutina... a usar mis piernas para que me mantengan en pie, seguro ellas iban a extrañar flotar y hacer un esfuerzo tan enorme como desconocido por impulsar el agua hacia atrás. También añorarían el hecho de desplazarse en una superficie que no era la suya sin que sea por diversión.
Y mis dedos, ya no iban a sentir la necesidad de tener una membrana que los unan... volverían a tomar las cosas por acto inconciente, a aburrirse con el aire del día a día, a sentir el peso de las rocas que en el agua no sentían, a no tener la necesidad de investigar.
Y así fui pez. Un pez humano, con mis limitaciones claro, pero con el empuje y las ganas de ellos, hasta que, como siempre, un anzuelo de realidad me sacó del océano.