
¿Cuanto valgo?", me pregunté. ¿Como determinarlo? ¿Con años? ¿Con crecimiento? ¿Con sabiduría? ¿Cuanto vale cada año? ¿Cada centímetro? Cualquiera de estas posibilidades esta basada en números. ¿Pero como cabe dentro de esa pregunta y de esa definición mi yo? Pensé en la posibilidad de mi nombre. ¿Como hacerlo valer? Martín tiene 6 letras, pero no es suficiente, porque no es mi nombre completo. De ser así, valgo 6, aunque no se sobre un total de cuanto.

Mi ambición porque el número crezca me llevo a hacerlo con mi nombre completo: Martín Osvaldo Rodríguez, Martín tiene 6 letras, Osvaldo, 7 y Rodríguez 9. 6 + 7 + 9 = 24. ¿tan solo valgo solo 24? Parece un número chico pero ¿como saberlo? Inmediatamente traté de buscar la forma para agrandar ese número. Pensé durante unos instantes. Decidí ir más allá. Martín comienza con la letra M, 13 en el abecedario, tiene la A que es la primera letra, la R que está en el 19 lugar, la T, en el 21. La I en el noveno, y la N en el 14. 13+1+19+21+9+14= 77, Martín vale 77. Pero la cuenta no podía terminar ahí por más que mi número por fin se había engrosado. Seguía siendo tan corto para mis pretensiones como incompleto. Continué con mi segundo nombre. Osvaldo, O, 16; S, 20; V, 23; A, 1; L, 12; D, 4; O, 16. 16 + 20 + 23 + 1 + 12 + 4 + 16 = 92. El número era mucho mas alto, me invadía el cansancio, pero debía seguir. Faltaba mi apellido, Rodríguez. R, 19; O, 16; D, 4; R, 19; I, 9; G, 7; U, 22; E, 5; Z, 26. 19 + 16 + 4 + 19 + 9 + 7 + 22 + 5 + 26 = 127.

Obtuve un número que no sabía exactamente que significaba. 127. Ciento veintisiete. ¿Qué quería decir? Estaba muy cansado pero no quería rendirme. Pensé que el 127 tan sólo era la suma de mi nombre. Pero ¿Cuánto vale mi alma? ¿Cuánto vale mi corazón? ¿Mi cabeza? ¿Mi cerebro? ¿Mi boca, lenguas dientes, caries, pelos, caspa, nariz? ¿Había que contar las letras de los dedos, con cada nombre, con cada hueso, con cada falange, nudillo, línea, uña, cutícula? ¿Tenía que contarme uno a uno los pelos de todo mi cuerpo, de mi barba, de mis piernas, de mis brazos, de mis cejas, de mis pestañas? ¿Y sus raíces, y su color? La sangre. Litros y litros de sangre, que se esparce por las venas, que irrigan al corazón, cada letra, una a una, con cada nombre. ¿Los números de dos cifras habría que sumarlos entre sí?

Tome un lápiz y un papel, y dibuje un torcido y cansado cuerpo humano. Quise comenzar a contar a partir de la mano. De la mano izquierda. Pensé otra vez en letras y pensé otra vez en números. Mano: M, 13; A, 1; N, 14; O, 16. Da 44. Los dedos: Índice: I, 9; N, 14; D, 4; I, 9; C, 3; E, 5: 48…..

Continué por horas, ni había llegado a la muñeca y la suma ya había superado los 60 millones. Pensé que luego debería multiplicar por dos, porque eran dos manos. Estaba demasiado agotado y decidí parar a descansar, con la incertidumbre de cuánto tiempo tardaría en terminar mi suma. Traté de calmarme. Lo hice. Pensé fríamente y me di cuenta que tan sólo con la mano, el número era incompleto, porque de todo derivaba algo. Algo que tal vez yo ni conozca, que no sepa como se llama, que no sepa porqué esta allí.

Con el atrapa sueños como última imagen cerré los ojos. Vagué por mis pensamientos y me dormí. De pronto vi a una señora, con expresión muy amable. Con mas sabiduría que años. Me miró, sonrió y dijo con seguridad: “no midas lo que eres con números, mídelo con aprendizaje” Me tomó la cara y con una sonrisa mucho mas amplia me dijo: “Vales mucho”. “Aún no lo sé” repliqué.

Desperté con la luz del día. Me quedó en la cabeza la frase de aquella simpática anciana. Pensé por unos instantes. Y me di cuenta que la viejiecita me hizo entrar en razón, que valgo mucho. Que mis sumas eran simbólicas porque representan el camino y tendría sentido atravesarlo porque el número es infinito. Porque soy infinito.